Un soplo de aire fresco. Así puedo definir ahora mismo
Kathmandu. Por fin y contra todo pronóstico estamos en la capital de Nepal.
Los recuerdos se han aposentado lentamente en mi memoria
como el regusto de una copa de vino en el paladar. Se saborea mejor con el paso
del tiempo y hasta llegar aquí son muchos los sabores que India me ha dejado a
su paso.
Posos de añoranza a sitios sagrados hindúes como el pueblo
de Pushkar, donde conocimos a una viajera que nos acompañó todo este viaje a través
de su blog y que finalmente le pusimos cara, visitamos su lago sagrado y
rezamos un mantra en su orilla. Sabores de altura, subidos al minarete de la
ciudad de Jaipur, observando su palacio y su observatorio a sus pies y toda una
ciudad bulliciosa dando vida a lo que antiguamente debió ser un centro astrofísico
a escala gigantesca.
El mayor recuerdo de sabores se lo atribuyo al conocido y
admirado Taj Mahal, muchos conocen la historia de amor tras este fantástico mausoleo,
pero hay que sentarse en un banco a la sombra de un árbol de su jardín, para
darse cuenta, cegado por el resplandor de su blanquecino mármol, del amor que debió
sentir el emperador Sha Yahan por su segunda esposa Mumtaz Mahal. Un amor
sincero, oculto entre otros dos matrimonios de conveniencia y que le calo tan
dentro de su ser que construyo una tumba digna de dioses. Perdió una mujer pero
construyo un paraíso terrenal donde recordarla. Una pena que su hijo no le
permitiera seguir con sus planes, un Taj negro al otro lado de la orilla
hubiera sido el final feliz para una historia impresionante, mirándose a lo
largo del tiempo uno en frente del otro, viendo el agua correr delante de ellos
y bañándose a la luz del mismo sol. Mucho podría decir de la historia, pero lo
mejor es verlo en primera persona y empaparse de cada rayo de luz que recorre
el complejo desde primera hora de la mañana.
Olores y recuerdos como la ciudad de Varanasi. Dura. La
ciudad más sagrada de India, a orillas del rio más sagrado, el Ganges. Una
mezcla de sensaciones te invaden recorriendo a pie los numerosos Ghats que se
amontonan a su orilla. Merece la pena sentarse a ver la gente que acude a sus
aguas para purificarse, niños chapoteando, búfalos disfrutando de un baño
refrescante o simplemente gente lavando la ropa o paseando en barca. Todo ello
acompañado de un calor sofocante, que hace que si de por si te empapas con sus
olores y sensaciones místicas, tengas además una sensación de presión en la
cabeza que parece que estés en plena meditación. Y es que la necesitas, el
mayor golpe que he sufrido es la ceremonia que tiene lugar en 2 de sus ghats,
los crematorios, donde acuden en constante goteo los fallecidos de toda India
para ser incinerados a ojos de todas las personas que paseamos por allí para
lograr liberarse del ciclo de rencarnaciones. Es duro ver a un padre preparar a
su hija para ser quemada, es algo que todavía se me escapa de mi forma de ver
la muerte, pero con respeto y silencio compartimos ese momento con el.
Y dejando atrás el calor buscamos el refrescante último
sabor de india en Darjeeling. Escondido entre montañas y con el Himalaya y sus
picos de más de 8000 metros de fondo, Darjeeling refresca conforme cae la
noche. Pero durante el día no es solo el calor del sol lo que hace que una gota
de sudor te caiga por la frente, la cantidad de gente puede llegar a ser
agobiante, parece que media India esta aquí metida entre puestos de ropa
callejeros y hoteles bordeando las estrechas calles empinadas de la ciudad. Lo
mejor es escaparse a ver su zoo junto con el museo del Everest y maravillarse
con los medios con los que se abordó antiguamente la cima de este “monte” y
darse cuanta que hace apenas un poco más de 50 años que fue dominado. Es toda
una proeza y mi mente se dejaba llevar a aquellos tiempos donde la superación de
una persona iba más allá de la fama. Paseos bajo la sombra de cedros japoneses empapándose
con el repicar de campanas de oración mientras accedes a un monasterio sagrado
budista e hinduista no tiene precio y el recuerdo de su sonido le pone banda
musical a su memoria.
Y tras Darjeeling cogimos un jeep y un taxi a la frontera Nepalí
y tras más de 4 horas cruzamos la frontera. Habíamos oído y mirado algo sobre
las revueltas que estaban teniendo lugar en el país, pero la frase del funcionario
de inmigración al vernos me sugirió que habíamos subestimado el conflicto: “Que
hacéis vosotros aquí? No os habéis enterado de lo que esta pasando?”
Pero esa es otra historia…
Desde la euforia por lo desconocido en la primera etapa del viaje a esta crónica sentimental preñada de madurez está la gestación de un verdadero viajero.Pocos son los que alcanzan ese grado aunque sean millones y millones los que se trasladan de un lado a otro emulando o pareciendo que viajan . ENHORABUENA
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